Y es que a veces no me apetece que me hiervan, ni que me congelen ni que me rompan, por mucho que eso me de el gas, la chispa y la fuerza para prender cual cohete espacial y dar la vuelta al mundo en un atisbo de surrealidad. Hay veces en que, simplemente, me apetece sonreir, ver el sol, la calma en la mañana y un beso por la noche. Justo ahora y aquí eso es lo que quiero: tú me apeteces. Tú, estúpido listillo, sonrisa escondida, bonita sorpresa, por fortuna o desfortuna, eso es lo que quiero, aquí y ahora. De hecho, pensándolo bien, ¿quién diablos te crees tú, viniendo y poniendo mi vida del revés? De todo lo que debería hacer contigo, lo único que quiero es arrancarte carcajadas a montones y estropearlas con besos traicioneros, que lo que quiero es darte mil abrazos y corromperlos con un mordisquito en el cuello, de esos que te estremecen el cuerpo entero, que me mires embobado y ponerme un poco roja, apartarte de mi vista como si pudiera hacerlo también de mi cabeza. Qué estupidez todo esto y, en realidad, qué perfecta estupidez haberte conocido y por ti perder mi sensatez. Que me riman solas las palabras y las sonrisas se me escapan cual asustadizas mariposas en el arroyo de tu risa. Que te odio, con cada fibra de mi ser y los sueños por perder, y aun asi deseote tras cada noche y al amanecer. No sé que nos espera, no sé que estoy haciendo, voto por vivir el día a día, otra vez, aquí y ahora, tu día a día entrelazado con el mío a la distancia y en la intimidad, a fuego lento y al vapor, a presión y sin perdón cuando te tengo alrededor. Quiero pensar, por muchas nubes que vea al por llegar en los vientos que se acercan, que si te sé a mi lado, si te conozco el respirar en la sombra de mi nuca y tus palabras en los besos de mi alma, que le den a las dudas, me quedo con tu momento a momento y ese sismo tuyo, que me recorre todo el cuerpo sin pedir permiso alguno.
A Garnet.