Ése maldito rayo de sol, ése maldito, ese m.. ¡Dios!
¡Maldito rayo de sol! Ojalá no apuntara directamente a mis ojos de ese modo. Me
doy la vuelta, me restriego el brazo con los ojos para deshacerme de esas molestas
pestañas que se me han quedado pegadas mientras dormía y separo los parpados
para abrir los ojos. Mis pupilas tardan aún un poco en dilatarse a su correcta envergadura
y por fin vislumbro ese panorama que me es tan conocido. La paredes rosadas a
tonos tan llenas de postales, pósters, recuerdos y curiosos objetos que la
inocencia de ese color pasa del todo desapercibida. Respiro el aire de la
habitación llenándome los pulmones al tope y noto un aire entrecortado y
cerrado que hace ya horas que necesita una buena ventilación. Aun así, me siento
segura en ese pequeño espacio reducido que puedo considerar mío y solo mío. El
refugio de mi alma, mi querida habitación. Cuando mis ojos ya funcionan con
normalidad aparto un poco las cortinas de las ventanas, aun del todo reclinada
y encogida dentro de la cama, y observo que el sol ya está alto en el cielo y
que brilla con una fuerza propia de junio y verano. Debe de ser ya mediodía.
Huele a verano. Bostezo mientras dejo escapar un hilo de voz agudo por mi
boquita, que se escapa más fortuitamente que voluntariamente. Me destapo, mi
cuerpo hace ya un buen rato que me pide aire también. Me gusta demasiado dormir
bajo sabanas y edredón, supongo que es porque de ese modo me siento resguardada
del mundo, pero las temperaturas empiezan a requerir la partida de mi querido
compañero edredón. Decido que es un asunto en el que ya tomaré mi tiempo más
adelante. Decido levantarme y hacer algo con mi vida y justo cuando empiezo a
incorporarme una ola de recuerdos me inunda. Recuerdos de la noche pasada que
me golpean como una bofetada. Los acontecimientos de una noche de la que no se
si arrepentirme, aparentar neutralidad o alegrarme. Esa soy yo, siempre
actuando sin pensar en las consecuencias, un fuerte aplauso para mí, por favor.
En fin, una leve idea crece en mi cabeza, "quizás solo lo has soñado",
no te precipites. Así que sigo con la tarea de levantarme y activarme un poco.
La cama es alta, para subirte tienes que dar un pequeño salto y para bajar
también, ya que sentada sobre la cama, mis pies aun quedan a unos 15 centímetros
de distancia del suelo. La verdad es que es algo que jamás me ha molestado, más
bien es un rasgo de mi habitación que la hace especial, a diferencia de a tanta
otra gente, a mi me gusta mi cama alta. Cuando mis pies por fin tocan el suelo
me doy cuenta de que me he levantado demasiado deprisa ya que el peso de mi
cuerpo se vuelve terriblemente pesado y me veo obligada a apoyarme sobre la
cama mientras la visión se me vuelve vaga y blanca. Al cabo de unos pocos
segundos esa sensación de mareo desaparece de mi cuerpo y la normalidad física,
pasando por alto lo agotada que estoy, vuelve a mí. De repente me doy cuenta de
que esto no es un sueño: los sueños son demasiado simples para poder contemplar
sensaciones tan humanas y banales y simples como la del mareo al levantarte de
un sitio. Por desgracia, esto no es un sueño... Por lo tanto, todos estos
recuerdos difusos y escalofriantes que me golpearon un par de minutos antes son
reales. Entonces,... bienvenidas consecuencias, ¡Bienvenidas a mi vida!
Alessia Garnet
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