Llegar para partir.

Puede que, al fin y al cabo, yo sea esa clase de chica. La que siempre está y, a la vez y con todo su sinsentido, no está. Esa que siempre tiene un hueco guardado en algún lugar del mundo, o a la que siempre esperan en alguna parte pero que, del mismo modo, nunca asegura que vaya a durar mucho o no vaya a abandonarlo en algún momento dado. Ese tipo de chica que aparece un día de la nada y te muestra su más sincera sonrisa: "¡Hola, esta soy yo!", esa chica a la que cuesta pillar el truquillo y es un tanto difícil de entender pero a la que, pasado un poco tiempo, no quieres dejar ir. Puede que sea el estilo de chica que sabe robar un corazón pero, con gran pesar, se que también soy esa clase de chica a la que acaba siendo fácil decir adiós. Supongo que el principal motivo es mi salvaje y despreocupado modo de ser: siempre arriba y abajo, a izquierda o derecha indiferentemente, haciendo y deshaciendo sin inquietarme mucho por las consecuencias. Soy esa peculiaridad de persona que se preocupa más por vivir que no por equivocarse y, aunque no lo quiera, se nota. Se nota en mis palabras, en mis idas y venidas y en el rastro de mis ideas. Quizás haya nacido para ser una nómada del siglo XXI, para seguir al viento y acechar la luna. Puede que mi lugar esté en ninguna parte y, a la vez, en todas partes. Que el mundo entero sea mi hogar. Cada ciudad, cada calle, cada paraje y cada océano sean un pequeñito trozo para mi de lo que todos llamamos casa. Es verdad, tengo esa inquietud en el hondo de mi estómago que me grita a toda voz que ya es hora de partir. Partir y decir adiós para luego descubrir y encontrar, sentar y reposar y luego, cuando esas ansias me lo vuelvan a pedir, volver a recoger y marcharme otra vez.

Alessia Garnet