About me

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Todos empezamos a escribir por la misma razón: para liberar los pensamientos más profundos que tememos pronunciar en alto; para ahogar nuestras ansias de llorar y de gritar; para libar el sabor de vaciarnos un poco por dentro y llenar, de arriba abajo, una hoja en blanco que sin nuestros pedacitos de alma en vela, seguro seria del todo insustancial. Ésta es la versión más pura de mi alma. Más bien dicho: esta es mi alma en carne viva. Descubre mis palabras, saborea mis ideas insumisas, absorve un poco de mi eséncia. Dicho esto, soy Alessia Garnet: un futuro, joven y prometedor proyecto de escritora. Una pequeña alma blanca, viva, caótica y valiente.

diumenge, 12 d’abril del 2015

Lo que somos, las guerras que libramos.

A veces, sin quererlo, nos adentramos en rincones oscuros y profundos de nuestras mentes, sitios donde viven en controversia nuestros errores e ideas del pasado, nuestros deseos y sueños del presente y la incertidumbre e ilusión del futuro. Quienes hemos sido, quienes queremos ser y como debemos acabar siendo. Nos encaprichamos de los conceptos y nos complicamos buscando una respuesta y una justificación clara de todos nuestros actos.

Tenemos, a menudo, una extraña sensación que nos lleva a cuestionarnos las razones de nuestro modo de obrar cómo si no pudiéramos, simplemente, dejarnos llevar por lo que somos. De verdad, nos encaprichamos de los conceptos: los sociales, los éticos, las modas,... Y es en el proceso de analizar nuestra situación respecto a ellos que a veces nos perdemos a nosotros mismos en la búsqueda de esa brizna de comprensión extraoficial. Somos frutos de nosotros mismos aunque, claro está, debemos crearnos una opinión propia sobre todo aquello que nos rodea pero debemos comprender primero que es inútilmente inútil luchar contra tu naturaleza solo porque creas que es mala. 

La felicidad no nace de aquello que la sociedad implica que conlleva felicidad sino de aquello que, contra todo pronóstico, sea capaz de hacernos feliz. Incluso si va en contra de las leyes naturales del universo, no deberíamos cuestionarnos el porqué, deberíamos, simple y únicamente, disfrutar de ese diminuto fragmento de surrealista e imperfecta felicidad. Verás, las personas, por lo general, podemos ser cuatro cosas: agua, aire, fuego o tierra. Aunque es común que tengamos también un poco de todo, es lo que denominaríamos equilibrio. Si piensas un poco más allá, los primeros en filosofar sobre la naturaleza del humano nos describieron así: estábamos hechos por los cuatro elementos y, según mi parecer, quizás no fuera una reflexión con mucho trasfondo científico pero algo de certidumbre sí contenía.

El agua es cambiante, no tiene una forma fija pero siempre tiene un rumbo determinado y siempre encuentra el modo de llegar a él, buscando caminos complicados y subterráneos si es necesario. Es fuerte, aunque no lo parezca, pero suave y completamente adaptable.

El fuego, al contrario, no tiene nada de suave. Raramente tiene destinos fijos y se deja llevar por las circunstancias, ardiendo sin darse ni siquiera cuenta. El fuego abrasa y a la vez, hiela en su ausencia, es eso que quieres tanto pero a la vez sabes que no puedes poseer porque, no es constante, ni siquiera sabe a dónde va.

El aire goza de la delicadeza y la calma. Sabe esperar y sabe romper. Es ese que siempre está pero a veces no percibimos ya que aguarda siempre el momento idóneo. Nunca se pierde, solo espera y se maravilla viendo como el resto juegan a ritmo incesante.

Por último, tierra. Es tan fuerte que sin ella nada más existiría. Es ese punto de apoyo, eso capaz de mantenernos firmes y fieles, de algún modo, a lo que somos el resto. La tierra es fuerte pero, a la vez, testaruda y terriblemente inalterable. Es aquella que nunca te va a fallar pero tampoco te va a acompañar en caso que debas cruzar océanos para encontrar un poco de luz.

Todos estamos hechos de porcentajes determinados de cada tipo, algunos más puros, otros más equilibrados. Somos una mezcla pero somos como somos y no podemos no estar en acuerdo con ello ya que, sin duda alguna, el primer paso hacia esa "paz interior" de la que tanto se habla es aceptar como somos, sin intentar alterar los cristales de los minerales que nos configuran como almas, como personas vagantes de este mundo infame.



Alguien me contó, hace poco, que el querer ser distinta le removía las tripas hasta el punto de rozar la inestabilidad, creí que debía decirle algo al respeto y pensé sobre lo que todas esas ideas que zumbaban por su cabecita despertaban dentro de la mía y, gracias a ello, me di cuenta de algo. 

Somos almas exhaustas, estamos terriblemente cansados de tanto luchar y, aun así, no tenemos porqué luchar tanta guerras porque, cuantas más, menos venceremos.

Déjame explicarme, la primera guerra siempre es inevitable: es la guerra contra el destino, contra la vida, esa en la que caes y debes levantarte, esa en la que constantemente debemos aprender a levantarnos una y otra vez siempre y aunque todo parezca perdido. La segunda es esa en la que vas a luchar para sobrevivir y adaptarte a las ideas cambiantes de tu alrededor, no siempre es dura, no siempre requiere luchar pero, aun así, es una guerra. La tercera será esa que lucharás para convencerte de que la segunda debe ganar, esa en la que te forzarás a traicionar tu verdadera naturaleza solo por el hecho de que creas que puede ser incorrecta. Es una guerra sin sentido que te va degradar los adentros sin que ni siquiera te des cuenta. 

Así mismo, olvídate de la tercera, eres perfecta tal como eres. No la vas a ganar. Nunca. Tu belleza inconscientemente intrínseca tiene demasiadas armas. Despéjate de la segunda, fluye sin más. Céntrate en ser tu mejor versión y usa tus mejores cartas en la primera y, solo así, verás que puedes ser vencedora, que puedes ser feliz, que puedes ser tu misma.

Alessia Garnet

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